addanomadd

a d d a n o m a d d

 

Traducción al español abajo

 

Child’s Play  

                                                

 

They could be a row of angels,

bright faces eager with innocence,

except I know

that some hide cruel intent.

Who can I trust?

Choose right

and we two,

balanced in our pleasure-hunt,

will mount the see-saw,

laughing to grasp cold metal handles

burned by summer sun,

and to the question, Ready?

answer, Ready!

Choose right

and one of us sweeps low

as carefully as Atlas lifts the world,

until that end of the wooden see-saw

meets the concrete playground with a gentle bump,

the rider’s feet pressed flat,

knees angled into a second set of shoulders,

eyes fixed across the fulcrum

where the other                                                                                          

rises

like a feather cupped in a breezy palm.

Up, up, feet leave the ground,

legs dangle free like ends of a broken clothesline,

and happiness

engulfs us in a mutual embrace.

But choose wrong

and when the crucial moment comes,

the pivot of fair play

when it’s my turn to leave the sky

and start the slow, safe, arcing drop

as the other end of the see-saw rises,

should rise,

doesn’t,

the friend who is no friend

stays down,

looks up

with a grin that says I am deceived.

Choose wrong

and, helpless as a lamb in wintry woods,

I hear the wolf-howl of a laughing child

who leaps away,

quick thief of equipoise,

and I,                                                                                                          

now double plaything of gravity and duplicity,

plummet

innards clenched,

until the wooden see-saw cracks hard on concrete,

my face meets metal, wood,

my body, bruised, slips to the ground,

my jangled legs forget that they can walk,

my heart is tightened to a fist

that burns to strike both innocent and guilty,

and playtime’s over.

 

–Catherine Martinez Torigian

 

Juego de niños

 

Podría ser una hilera de ángeles,  

rostros radiantes ansiosos de inocencia,

aunque yo sé

que algunos ocultan fines crueles. 

¿En quién puedo confiar?

Escoge bien

y nosotros dos,

balanceándonos a la conquista del placer,

montamos el subibaja,

riéndonos por sujetar el metal frío de los mangos

quemados por el sol del verano,

y a la pregunta ¿Listo?

la respuesta ¡Listo!

Escoge bien

y uno de nosotros se desliza abajo

con el cuidado de Atlas cargando al mundo,

hasta que en el otro extremo del subibaja de madera

se encuentra con el concreto del parque con un tope suave, 

los pies del jinete pisan por completo,

las rodillas dobladas como otro eco de hombros,

los ojos fijos a través del eje

donde el otro

se eleva

cual pluma que se encoge en la palma de la brisa.

Arriba, arriba, dejan los pies el suelo,

las piernas cuelgan libres cual cuerdas rotas del tendedero

y la felicidad

nos envuelve en mutuo abrazo.

Pero escoge mal

y cuando llega la mera hora

el pivote del juego honesto  

cuando me toca dejar el cielo

y empezar el lento, seguro, arco del descenso

mientras el otro extremo del subibaja se eleva,

debería elevarse,

no lo hace,

el amigo que no es amigo

se queda abajo,

mira hacia arriba

con una mueca que dice estoy siendo engañada.

Escoge mal,

y, desamparado como un cordero en bosques helados,

oigo el aullido de lobo en la carcajada de un niño

que sale de un brinco,

ladrón veloz del contrapeso,

y yo,

doble juguete ahora de la gravedad y la duplicidad,

me desplomo, 

contraídas las entrañas,

hasta que el subibaja de madera se rompe contra el concreto,

mi cara se enfrenta al metal, a la madera,

mi cuerpo, amoratado, se escurre al piso,

mis piernas tintineantes olvidan que pueden caminar,

mi corazón se aprieta en un puño

que se consume por atacar al inocente y al culpable,

y la hora de jugar termina. 

 

~Catherine Martínez Torigian

 

Traducido por M. Iracheta