Traducción al español abajo
Introduction
Confronting the depths of ourselves is always a daunting feat. With intense introspection comes fear and intrigue, apprehension and compassion. There is something within the vulnerability of these encounters, whether planned or spontaneous, that forces us to feel closer to our own beings, and even to those of others as well.
What we find inside these moments is what makes us who we are, the essential building blocks to our spirits that everything else is built on. Some shy away from the awareness of it, some are attracted to it, but everyone is aware of the feeling that looking at it brings them, deep in their stomach, an instinctual hair-raising. Not good, nor bad – simply a bodily indication of the intensity of the situation.
This experience, as many meaningful ones do, exists in the undefined area between the good and the bad, pain and pleasure, one only defined by the acuity of the physical and emotional response it produces, similar in many ways, to the way we interact with blood. Whether a seasoned cardiac surgeon whose livelihood and identity are structured around their understanding of the methods used to manipulate and control the flow of the life-giving fluid, or a child who fell at the playground and is watching small droplets of blood percolate through the skinned flesh of their knees for the first time, being confronted with blood brings us to this place, this woolly existential area in which our bodies signal to us the importance of what we are seeing.
Blood is present and essential to everything involving life, from the first breath of oxygen-rich air being circulated around the body to the moment that same ichor ceases flow and we transcend ourselves and move on to what is next. It takes no education or training to understand the importance of our blood. It is hardwired into us.
Just as in the reflection upon the spiritual self, what we do with the understanding we gain from these exercises is endlessly important. It dictates who we are and how we live our lives, for us and those around us. The experience itself though, in its transient purity, should be savored and contemplated, as it is one of the very few moments we have left as humans in a modernized and metropolized society in which we are given direct access to our natural selves, untouched by indoctrination or layers upon layers of societal intervention. We are given an opportunity to use this fleeting sensitivity to feel connected to ourselves, as individuals and as a collective. Not despite of, but because of the fear, the excitement and everything in between it elicits in all of us. An unprecedented moment of depth that is more often than not overwhelmed by the innate urge to do something in response to it. It is telling us to pay attention to something, maybe we should listen.
~Luke Boyce
Introducción
Es una proeza aterradora tratar de encarar lo que hay al fondo de nosotros mismos. A esta insondable introspección la acompañan el miedo y el misterio, la desconfianza y la compasión. Algo concerniente a la vulnerabilidad de estos encuentros, planeados o espontáneos, nos obliga a sentirnos más cerca de nuestro propio ser; de hecho, al ser de los demás también.
Las piezas esenciales que hallamos en esos momentos nos hacen ser quien somos, pilares como lo son también de nuestro espíritu, sobre la que todo está formado. Hay quien se intimida al descubrirlo, y hay quien siente una atracción a ello, pero todo mundo está consciente del sentimiento que provoca la revelación, al fondo del estómago, un erizo de piel innato. Ni bueno ni malo; simplemente, una reacción corporal que refleja la intensidad del momento.
Como toda experiencia significativa, existe en un área nebulosa entre lo bueno y lo malo, el placer y el dolor, única al definirse por la agudeza de la reacción emocional o física que provoca, parecida, por varias razones, a la manera en que interactuamos con la sangre. Puede ser un experto cardiólogo cuya vida e identidad orbitan alrededor de su comprensión de los métodos empleados para controlar y manipular la circulación del fluido dador de vida, o puede ser un niño que se cae de los juegos del parque y observa por primera vez cómo las gotas de sangre brotan de la piel abierta de sus rodillas y se propagan. En todo caso, enfrentarnos a la sangre nos traslada a este lugar, esta vaga zona existencial donde nuestro cuerpo registra la importancia de lo que contemplamos.
La sangre está vigente, está presente, y es esencial para todo aquello que involucre vida, desde la primera inhalación del aire impregnado de oxígeno que viaja alrededor del cuerpo hasta el momento en que ese mismo icor cesa de fluir y trascendemos lo que somos para mutar a lo que sigue. No se requiere educación ni entrenamiento para entender que nuestra sangre es insustituible. Estamos prendidos a ella.
De manera similar a la reflexión de nuestro pilar espiritual, lo que obtenemos a cambio del ejercicio de reparar en la sangre es de suma importancia. Dicta lo que somos y cómo vivimos nuestras vidas, por nuestro bien y los que nos rodean. La experiencia por sí misma, en su efímera pureza, debe ser contemplada y saboreada, una de esas escasas ocasiones que nos quedan como humanos de una sociedad modernizada y, en general, urbana, y tener acceso directo a nuestro ser natural, libre de adoctrinamiento o de capa tras capa de intervención social. Tenemos la oportunidad de valernos de esta sensibilidad efímera para sentir la conexión con nuestro ser, de forma individual y colectiva. Pero no a pesar del miedo, sino, precisamente, a causa del miedo y de la emoción que desencadena. Una ocasión de profundidad sin precedentes que la mayoría de las veces es oprimido por la urgencia innata de actuar, con prisa, en consecuencia. La oportunidad llama a que pongamos atención; tal vez debemos escucharla.
~Luke Boyce
Traducido por Almendra Staffa
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